Tras un buen repertorio de esas entrañables delicias de la repostería más tradicional anglo-americana —como han sido los scones, biscuits, crumbles, pies y un largo etcétera—, he pensado que ya iba siendo hora de que un buen cobbler hiciera acto de presencia por el blog. Y puesto que las cerezas han decidido, por fin, invadir nuestros mercados y fruterías, he creído más que conveniente empezar por un cherry cobbler (o cobbler de cerezas). Espero que os parezca bien. Aunque, ¿en qué mundo podría no parecéroslo? Ya decía yo…
A pesar de que prácticamente pueda usarse casi cualquier fruta para hacer un cobbler, las más empleadas en las versiones dulces de este suculento invento suelen ser las manzanas, las moras y los melocotones. Y obviamente, las cerezas. Lo cierto es que existe una gran variedad de frutas, tanto o incluso más sugerentes si cabe, que son perfectas para elaborar esta receta, como son los arándanos (azules y rojos), las peras, el ruibarbo, combinaciones de frutos rojos y melocotón, ruibarbo y fresas… Vamos, que así nos aseguramos de que tenemos material para cada estación del año. Sólo existe una máxima: cuanto más jugosa sea la fruta, mejor.
Bueno, pues como viene siendo costumbre por aquí, esta impresionantemente fácil versión de lo que viene siendo una sencilla tarta de fruta es, una vez más, el resultado del encuentro de las culturas británica y estadounidense. Todo apunta a que, como era de esperar, los primeros colonos del Nuevo Mundo se llevaron sus recetas de toda la vida en la maleta y, como era de esperar también, no siempre conseguían dar con todos los ingredientes necesarios, por lo que acaban usando lo que tuvieran más a mano.
Así las cosas, hemos de empezar haciendo primero una distinción entre los cobblers en su origen y los que conocemos hoy en día. En el Reino Unido (y la Commonwealth), cuando se hablaba de cobbler, se hacía referencia a un plato tipo salado, cuyo relleno consistía, generalmente, en algún tipo de estofado de cordero o ternera que se cubría con una capa de masa (similar a la de los scones) antes de meterlo al horno. En ocasiones, sólo se cubría el relleno alrededor de los bordes para que la carne se cocinara más fácilmente. En los EE.UU., sin embargo, esta versión salada no tiene prácticamente ningún tipo de repercusión y lo que encontramos es un contundente relleno dulce a base de fruta, cubierto totalmente por varias porciones de una masa tierna al estilo de la de los biscuits. Aun así, a día de hoy esta versión dulce y frutal va ganando posiciones en el Reino Unido, por lo que es fácil encontrar ambas versiones.
Y es en los EE.UU., precisamente, donde podemos encontrar una tremenda variedad en lo que respecta a la elaboración del cobbler, dependiendo de la zona o del método de preparación. Para empezar, tenemos el grunts (también llamado slump) y el pandowdy, que son variedades de Nueva Inglaterra y las Provincias Marítimas de Canadá. Está también el sonker, que es característico de Carolina del Norte. Otra conocida versión es el buckle —sobre cuyo origen no hay demasiada información—, en el que se coloca la masa, más bien abizcochada, en la base y una especie de crumble más ligero sobre la fruta. Y por último el Betty (y su propia versión alternativa, el Betty Brown), que se remonta a la época de los primeros colonos y se elaboraba alternando capas de pan desmigajado y fruta (generalmente, manzana cortada en pequeños dados). En el medio oeste americano, al apple crisp (o apple crumble) se le conoce también como apple Betty. Se trata, en cualquier caso, de mínimas y sencillas variaciones de la misma idea, todas ellas con una arraigada tradición por la cocina casera y muy sencillas de preparar, pues su punto fuerte reside, no tanto en un aspecto perfectamente acabado o en una elaborada y dificultosa confección, como en su irresistible y siempre reconfortante paladar.
Como nota curiosa, os sorprenderá saber que aquellos primeros colonos llegaron a aficionarse tanto a este tipo de platos, que solían comerlos como parte del desayuno, primer plato o incluso como plato principal. No fue hasta finales del siglo XIX que los cobblers pasaron a ocupar su lugar, principalmente, dentro de la carta de postres.
Si nunca has probado uno de estos cobblers o no habías oído hablar de ellos —y, sobre todo, si has leído algunos de mis posts anteriores—, es posible que hayas llegado a la conclusión de que siento una especie de pasión por las recetas con nombres un poco «raritos». Y estarías en lo cierto, porque me tienen totalmente fascinada. Y ya si hablamos de unos siempre tiernos y apetecibles scones combinados con riquísima fruta de temporada (y/o de mis venerados frutos rojos), ya no tengo nada que hacer. Estoy perdida total y absolutamente.
Hasta tal punto ha llegado esta vez mi fijación con este cobbler de cerezas que, después de un mes «acosando» a fruteros y fruteras en 10 km a la redonda con tal de poder ponerme manos a la obra tan pronto como trajeran sus primeras cerezas, he acabado teniendo que comprarles a todos a los que he estado machacando durante todo este tiempo. Desde aquí, un millón de gracias por vuestra amabilidad y paciencia infinitas 😀
Skillet de Le Creuset utilizada para esta receta de Claudia & Julia
- 450 g (2 cups/1 lb) de cerezas, deshuesadas
- 55 g (¼ cup) de azúcar moreno
- 1½ cucharaditas de harina fina de maíz (tipo Maizena)
- Ralladura de medio limón
- ⅛ cucharadita de pimienta de Jamaica molida (allspice) - opcional
- ½ cucharadita de extracto puro de vainilla
- 2 cucharaditas de zumo de limón, recién exprimido
- 130 g (1 cup) de harina bizcochona o leudante (más extra para espolvorear)
- ¼ cucharadita de bicarbonato sódico
- 35 g (3 cucharadas) de azúcar blanco
- ½ cucharadita de sal
- 55 g (¼ cup) de mantequilla sin sal, muy fría y cortada en dados pequeños
- 80 ml (1/3 cup) de buttermilk, muy frío (más extra para pincelar)
- Azúcar y canela molida, para espolvorear
- Colocamos las cerezas, limpias y deshuesadas (yo las he partido por la mitad, pero esto va a gustos), el azúcar moreno, la harina fina de maíz, la ralladura de limón y la pimienta de Jamaica (si la vamos a usar) en una skillet o sartén de hierro colado* de unos 20 cm (8") Ø y mezclamos con una espátula de silicona o una cuchara de madera hasta que quede todo bien combinado.
- Cocemos a fuego medio, removiendo con frecuencia, durante unos 6-7 minutos hasta que espesen los jugos.
- Retiramos del fuego, añadimos entonces el extracto de vainilla y zumo de limón, removemos bien y probamos. Si fuera necesario, corregiríamos de azúcar y/o zumo de limón. Reservamos.
- Precalentamos el horno (eléctrico) a 190ºC (375 degrees F).
- Seguidamente, cubrimos la base de la bandeja del horno con papel vegetal de hornear y reservamos.
- En un cuenco amplio, tamizamos la harina junto con el bicarbonato sódico, añadimos el azúcar y la sal y mezclamos con unas varillas hasta que quede todo perfectamente combinado.
- Incorporamos la mantequilla, bien fría y cortada en pequeños dados, y la trabajamos con ayuda de una una amasadora manual (pastry blender), dos cuchillos o directamente con las yemas de los dedos hasta formar como pequeñas migas enharinadas del tamaño de un guisante.
- Vertemos el buttermilk sobre la mezcla anterior y seguimos combinando —los últimos movimientos los haremos ya con las manos—, hasta conseguir una masa más o menos homogénea a la que podamos darle forma de bola.
- Colocamos nuestra bola de masa sobre una superficie de trabajo enharinada, aplanamos ligeramente con las manos y la estiramos con el rodillo, también enharinado (siempre del centro hacia fuera), hasta conseguir un disco de unos 2 cm (¾") de grosor y unos 25-30 cm (10"-12") de Ø.**
- Con ayuda de un cortapastas redondo de unos 6 cm (2⅓") Ø, bien enharinado, cortamos (ejerciendo sólo presión, sin retorcer ni girar) todos los biscuits que podamos hasta acabar con toda la masa (a mí me han salido 12, pero he usado sólo 11 para el cobbler; el otro lo he horneado aparte solo).
- Colocamos los biscuits sobre la fruta aún caliente, tratando de cubrir el máximo de superficie posible. Quedarán huecos, pues son redondos, pero se expandirán durante el horneado cubriendo por completo la fruta.
- Pincelamos la cara superior de nuestros biscuits ligeramente con buttermilk con la ayuda de un pincel de repostería y espolvoreamos con un poco de azúcar y canela (al gusto).
- Colocamos la skillet con nuestro cobbler sobre la bandeja que teníamos preparada, la introducimos en el horno a media altura y horneamos durante unos 25-30 minutos hasta que los jugos de la fruta burbujeen y la capa formada por los biscuits haya adquirido un bonito tono dorado.
- Dejamos enfriar sobre una rejilla durante unos 15 minutos y servimos aún caliente.
- En mi opinión, algunos de los acompañamientos que harán de este cobbler un momento inolvidable son una generosa bola de helado, nata montada, yogur griego o crème fraîche.
Conservar bien cubierto en un lugar fresco y seco durante unos 3 días.
- ** Hay quien prefiere preparar su cobbler con porciones de masa irregulares en lugar de darle alguna forma en concreto. Si te va más ir "a lo libre", sátate todo el proceso del rodillo y el cortapastas y usa simple y directamente las manos.
- Ya has visto que las variedades de fruta con la que hacer tu cobbler ideal son casi ilimitadas. Además, es imposible elegir sólo uno...
- Si quieres darle un toque un poco más especial, agrega 1 cucharada de licor en el momento de añadir el zumo de limón y el extracto de vainilla (Kirsch, Amaretto, Frangelico, ron...).
- Aunque lo suyo es disfrutar de tu cobbler calentito y recién hecho, si resulta que te hubieran quedado algunas sobras y quieres seguir saboreándolo, puedes probar a calentarlo en el microondas a baja potencia en intervalos de 20 segundos hasta que quede más o menos caliente. No será lo mismo, pero es mejor que nada 😉 .
- Día nacional (EEUU) del cobbler de cerezas: 17 de mayo.
Fuentes: What’s cooking America, Williams Sonoma, Wikipedia et al.