No es la primera vez que os cuento lo que me gusta a mí un desayuno bien nutrido de cosas ricas. Es, con diferencia, la comida que más disfruto del día y, aunque muy a mi pesar no es habitual empezar de esta guisa a diario —pese a lo que se pueda llegar a imaginar al otro lado de la pantalla...
Indudablemente las fresas forman parte de muchas de nuestras rutinas en un sinfín de formas, en el desayuno, pausas a media mañana, en el postre, helados, batidos, mermeladas, tartas, ensaladas...
No sé si os pasa. A mí sí. Por una razón u otra, me encuentro con que a veces no hay nada en casa con lo que acompañar un buen café —aunque a alguien le pueda costar creerlo si se suele dejar caer por aquí de vez en cuando...
Os confieso que la receta de hoy ha sido uno de mis últimos felices descubrimientos. Se trata de todo un decadente, irresistible y perfectamente acompañado Apple Dutch Baby. Sólo el nombre ya me cautivó, pese a que puede que sea uno de los platos de apariencia menos fotogénica que haya hecho hasta la fecha...
Tras un buen repertorio de esas entrañables delicias de la repostería más tradicional anglo-americana —como han sido los scones, biscuits, crumbles, pies y un largo etcétera—, he pensado que ya iba siendo hora de que un buen cobbler hiciera acto de presencia por el blog.
Y por fin la receta que siempre he querido preparar creo que casi desde el primer día que empecé en esto de la repostería;