No sé si os pasa. A mí sí. Por una razón u otra, me encuentro con que a veces no hay nada en casa con lo que acompañar un buen café —aunque a alguien le pueda costar creerlo si se suele dejar caer por aquí de vez en cuando—, ya sea porque surge alguna visita inesperada o por el mero placer de darte un gusto extra en uno de esos momentos de necesidad. Te resulta impensable ponerte a preparar nada así, de ya para ya, y muchas de las veces acabas saliendo a tomar algo fuera, te apetezca más o menos. Pues hoy os traigo un bizcocho perfecto para quedar siempre bien, en un momentito de nada (un par de momentitos, quizás) y sin complicaciones.
Se trata de una receta que llevo viendo durante años en uno de mis libros de repostería preferidos de todos los tiempos: Baking. From my home to yours de Dorie Greenspan. Es algo así como mi propia biblia personal en cuanto a repostería se refiere; no hay día que no hojee sus páginas o consulte alguna cosa. Y siempre me saca de dudas, me deleita con su perfectamente orquestada variedad y me llena de inspiración (no es raro que en el blog os encontréis con más de una receta sacada de él).
La página de este Swedish Visiting Cake fue una de las primeras que marqué nada más ponerle la mano encima a esta joya. En primer lugar me fascinaron su simplicidad y su belleza a partes iguales. Su nombre resultó no menos sugerente —y, si ya conocéis un poquito mis debilidades, sabéis que difícilmente soy capaz de resistirme a un buen nombre. Y tras ahondar en su pequeña historia —imposible pasar por alto una receta que la tenga—, sencillamente me encandiló. Así que lo tenía todo para acabar debutando en el blog tarde o temprano.
Y aquí está por fin el que yo he acabado llamando «el bizcocho perfecto». Y con todo, puede que si sois más bien de los que prefieren dejar hacer o si aún no os habéis lanzado a encender el horno como un acto reflejo más del día a día, estéis pensado que eso de hacer un bizcocho en un pis pas, que salga bien a la primera y que deje a todo el que lo pruebe como en trance es algo más bien del género de lo fantástico que una realidad. Sólo hay una forma de descubrirlo 😉
Como de costumbre, aprovechando la infinidad de opciones que nos brinda una buena sartén del hierro fundido (o skillet) para todo tipo de recetas. Ésta (de Le Creuset) la encuentras en la tienda online Claudia & Julia
- 200 g (1 cup) de azúcar blanco (+ azúcar extra para espolvorear)
- Ralladura de un limón (sólo la parte amarilla)
- 2 huevos (L)
- ¼ cucharadita de sal
- 1 cucharadita de extracto puro de vainilla
- 130 g (1 cup) de harina de trigo floja
- 40 g de almendras crudas molidas*
- 115 g (½ cup) de mantequilla sin sal
- 20 g (¼ cup) de almendras laminadas (aprox.), para decorar
- Precalentamos el horno (eléctrico) a 175ºC (350°F) y colocamos la rejilla del horno a media altura.
- En un pequeño cuenco, derretimos la mantequilla y la dejamos enfriar hasta su uso.
- Engrasamos una sartén de hierro tipo skillet de unos 23 cm Ø (o un molde redondo para bizcochos o incluso de los utilizados para tartas tipo pies de las mismas dimensiones).
- En un cuenco mediano, colocamos la harina, las almendras molidas (en caso de usarlas) y la sal y mezclamos con unas varillas hasta combinar por completo. Reservamos.
- En un cuenco amplio aparte, empezamos mezclando la ralladura de limón con el azúcar, friccionando bien con la yema de los dedos para que se liberen los aceites contenidos en la piel de la fruta hasta combinar por completo.
- Seguidamente, incorporamos los huevos y mezclamos enérgicamente con las varillas durante unos 3-5 minutos hasta obtener una mezcla densa y esponjosa y visiblemente más pálida.
- A continuación, añadimos el extracto de vainilla (y/o de almendra; ver apartado Notas abajo) y mezclamos con suavidad hasta combinar.
- Añadimos ahora la mezcla de ingredientes secos que teníamos reservada (harina, almendras molidas, en caso de utilizarlas, y sal) y, con ayuda de una espátula de silicona, vamos integrándolos con suavidad hasta conseguir una mezcla más o menos homogénea, aunque no es problema que queden aún algunos grumos.
- Finalmente, añadimos la mantequilla, derretida y enfriada, y mezclamos lo justo hasta obtener una masa uniforme.
- Vertemos la masa en nuestra skillet (o molde) y alisamos la superficie con una espátula. Repartimos las almendras laminadas sobre toda la superficie y terminamos espolvoreando algo de azúcar.
- Horneamos durante unos 25-30 minutos o hasta que la superficie haya adquirido un bonito tono dorado y los bordes queden algo tostados.
- Retiramos del horno y dejamos enfriar sobre una rejilla durante unos 10 minutos antes de desmoldar y servir.
- Para desmoldar, bastará con pasar una pequeña espátula angulada alrededor del bizcocho para despegarlo de la skillet (o del molde).
- Podemos servir templado o esperar a que se enfríe por completo (yo suelo dejarlo en la propia skillet a la hora de servir). De nuevo, un buen helado es el compañero ideal de este tipo de bizcochos caseros.
Se conserva perfectamente 3-4 días a temperatura ambiente bien cubierto o envuelto en film transparente.
- Este bizcocho no incluye ningún tipo de agente leudante (levadura química, bicarbonato sódico, etc.). Si embargo, si prefieres tus bizcochos con algo más de esponjosidad (en éste, con toda sinceridad, no se echa para nada de menos), puedes agregar ½ cucharadita de levadura química (tipo Royal) a la harina en el momento de añadirla a la mezcla.
- Una vez frío, este bizcocho admite perfectamente la congelación hasta 2 meses. Recuerda envolverlo bien en film transparente primero y en papel de aluminio después para evitar que se dañe con el frío.
Receta adaptada de Baking. From my home to yours, Dorie Greenspan