Esta nueva entrega no podría empezar mejor. Y es que estoy entusiasmada ante la perspectiva de poder desmenuzar una nueva historia culinaria en torno a un venerado postre ancestral que ha vencido con gallardía el desafío del paso del tiempo...
Desde que publiqué el Cobbler de cerezas el verano pasado sabía que el próximo sería un Cobbler de melocotón; sólo tenía que esperar a que llegara el verano siguiente. ¡Eso era todo un año! Pero una tiene paciencia si la dicha es buena (¿0 era otro el dicho?).
Llevaba días dándole vueltas a qué iba a contaros sobre esta nueva receta de scones de moras y lavanda que tenía en mente desde que la vi en el fabuloso blog de Joy the Baker que tantas alegrías me da...
Pocas cosas me hacen perder el norte como el pronóstico de una tanda de ricos scones recién horneados. Pues tal y como os comentaba —o más bien, os advertía— algunos posts atrás, el tema de los scones requería un espacio dedicado a ellos en exclusiva.
Tras un buen repertorio de esas entrañables delicias de la repostería más tradicional anglo-americana —como han sido los scones, biscuits, crumbles, pies y un largo etcétera—, he pensado que ya iba siendo hora de que un buen cobbler hiciera acto de presencia por el blog.
Cuando te pasas el día (exageración) leyendo recetas en inglés, e investigando acerca de sus ingredientes, origen, etc., te das cuenta de que, además de la complicación que algunas veces supone su puesta en práctica (sólo algunas veces), existe también todo un entramado de términos que no siempre son lo que parecen de buenas a primeras.
¡Por fin llega esta receta! Si no la he hecho antes no ha sido porque sea dificultosa o costosa; la verdad era que le tenía cierto respeto.