No podéis ni imaginar la de ganas que tenía —y que ni yo sabía que tenía hasta que la idea se instaló en mi empecinada cabecita— de preparar unas más que reconfortantes jacket potatoes...
No es la primera vez que os cuento lo que me gusta a mí un desayuno bien nutrido de cosas ricas. Es, con diferencia, la comida que más disfruto del día y, aunque muy a mi pesar no es habitual empezar de esta guisa a diario —pese a lo que se pueda llegar a imaginar al otro lado de la pantalla...
Siempre que se presenta, me parece una buena ocasión volver sobre la cuestión de lo que hace que un muffin sea un muffin, un cupcake un cupcake y una magdalena, precisamente eso, una magdalena. Y aunque haya similitudes evidentes entre sí...
Serán las vacaciones, la primavera o una tendencia natural, pero últimamente hay algo que me apetece por encima de todo lo demás y es cocinar y disfrutar del desayuno hasta bien entrado el día (es decir, durante toda la mañana).
Mucho y muy variado se ha hablado sobre este humilde plato de origen anglo-irlandés: el Cottage Pie (algo así como «pastel campestre» en español), uno de esos sabores tradicional e indiscutiblemente anglosajón.
Vaya cambio de tercio con la receta de hoy, ¿verdad? Una de las razones por la cual esta inusual, pero no menos sugerente, tarta de remolacha está aquí hoy es que con esta receta participo en el Reto de Septiembre de Cocineros del Mundo en Google+ en el apartado de Salado.
Sabéis que no es del todo lo mío, pero aquí me tenéis de nuevo con un plato no dulce. Aun así, será necesario, igualmente, encender el horno y dejar que nuestra casa se llene de aromas increíblemente irresistibles.