Desde el mismo instante en que le puse la vista encima al primer cheesecake japonés que se cruzó en mi camino, supe que tendría que vivir esa experiencia de primera mano.
A veces no es necesario conformarse. No. Otras sí. La buena noticia es que ésta no es una de esas últimas... En esta ocasión, nos quedamos con todo el lote. No es de extrañar que a menudo nos veamos en la tesitura de tener que elegir entre dos de nuestras más inconfesables debilidades, y claro, nos invade la duda, o incluso el arrepentimiento...
Mira que es curioso que de la unión de dos grandes debilidades se pueda llegar a conseguir todo un derroche de carácter como resultado, es decir, aquello de que ‘el todo’
¡No os olvidéis de respirar! Y sí, habéis oído bien. Y ahora, ¿qué tal si lo rematamos con una generosa ración de salsa de caramelo salado, recorriendo suavemente la escena?
Esta vez no pienso hablar de la vuelta a la rutina después de una buena panzada de fiestas navideñas, pero sí he de empezar con una advertencia muy seria;
Los que me conocéis bien (y también algunos de los que me seguís y leéis detenidamente) sabéis sobradamente de mi inclinación natural por los cheesecakes.
Sí, sigo en Nueva York. Lo confieso, siento una gran debilidad por la New York Style Cheesecake. No es que el resto de variaciones de esta rica y ya clásica tarta de queso no me convenzan, que también, pero esa consistencia, ese sutil toque cítrico, su cremosidad…