Pocas cosas me hacen perder el norte como el pronóstico de una tanda de ricos scones recién horneados. Pues tal y como os comentaba —o más bien, os advertía— algunos posts atrás, el tema de los scones requería un espacio dedicado a ellos en exclusiva. La cuestión que hoy nos ocupa es el hecho de que los clásicos scones británicos (o escoceses, para ser exactos) y los estadounidenses, como estos cranberry scones que hoy os traigo, pese a tratarse en ambos casos de una especie de panecillo dulce, con una textura tierna y ligeramente hojaldrada, no son necesariamente lo mismo.
Las diferencias o similitudes entre ambos siempre han dado pie a un debate histórico hasta la fecha, pero eso no implica que se haya alcanzado una conclusión definitiva. Generalmente hablando, las diferencias entre ambos residen, principalmente, en las cantidades empleadas de azúcar —significativamente inferior en el Reino Unido—, así como de mantequilla —mayor en los EE.UU., donde podemos ver cómo en ocasiones se llega a sustituir, total o parcialmente, por otros tipos de grasas de origen vegetal (tipo shortening).
La inclusión de huevo entre sus ingredientes es otra de las características que podemos encontrar en la versión americana de estos deliciosos panecillos. También tenemos la cuestión de la adición de otros ingredientes adicionales, como pueden ser las pasas, frutos del bosque, frutos secos, chips de chocolate o incluso queso, bacon, hortalizas, etc. (algo totalmente descartado por los defensores más acérrimos del scone tradicional).
Hasta aquí, estas son algunas de sus diferencias en cuanto a su contenido o composición. Por otro lado, está el tema de la forma. Es muy común encontrar los scones estadounidenses en formato triangular, un modo de aprovechar la masa al 100%, sin recortes sobrantes por el uso de cortapastas. Sin embargo, en el Reino Unido es poco habitual, al menos fuera de los hogares particulares, encontrar scones que no sean redondos.
Por otro lado, la discrepancias continúan en cuanto a su presentación, pues los scones clásicos suelen abrirse por la mitad y untarse con generosas dosis de mermelada y clotted cream (nata cuajada) o mantequilla —una de las razones por las que no se incluyen cantidades mayores de azúcar o mantequilla entre sus ingredientes principales—, mientras que sus parientes americanos suelen comerse tal cual o incluso, en ocasiones, aderezados con algún tipo de glaseado (algo que no suele suceder en el caso de los scones más tradicionales).
En definitiva, y tras haber probado ambas versiones, sólo puedo concluir que soy incapaz de elegir. En los dos casos se trata de un bocado verdaderamente exquisito, aunque lo único que pueda condicionar el inclinarnos por uno o por otro es, quizá, la ocasión. Y ésta, en mi caso, es perfecta para estos cranberry scones con un ligero pero sugerente glaseado de naranja. ¿Y tú, cómo prefieres los tuyos?
- 160 ml (2/3 cup) de buttermilk, muy frío (más algo de buttermilk extra para pincelar)
- 1 huevo (L)
- 360 g (2 ¾ cups) de harina de trigo floja
- 1 cucharada de levadura química (tipo Royal)
- ¼ cucharadita de bicarbonato sódico
- 100 g (½ cup) de azúcar blanco
- Ralladura de media naranja grande (unas 2 cucharaditas)
- ½ cucharadita de sal
- 140 g (½ cup + 2 cucharadas) de mantequilla sin sal, muy fría y cortada en pequeños dados
- 120 g (¾ cup) de arándanos deshidratados
- 115 g (1 cup) de azúcar glass, tamizado
- 3-4 cucharaditas (15-20 ml) de zumo de naranja
- Precalentamos el horno (eléctrico) a 200ºC (400 degrees F) y cubrimos la bandeja del horno con papel vegetal de hornear o un tapete de cocción de silicona. Reservamos.
- En un cuenco pequeño, mezclamos bien el huevo y el buttermilk con unas varillas, cubrimos con film trasparente y reservamos la mezcla refrigerada hasta su uso.
- En un cuenco mediano, mezclamos la ralladura de naranja con el azúcar, friccionando bien con la yema de los dedos para que se liberen los aceites contenidos en la piel de la fruta hasta combinar por completo.
- En un cuenco amplio, con ayuda de unas varillas, combinamos la harina, la levadura química, el bicarbonato sódico, el azúcar aromatizado y la sal hasta conseguir una mezcla homogénea.
- Agregamos la mantequilla, bien fría y cortada en pequeños dados, a la mezcla de harina y mezclamos suavemente hasta que ésta quede bien recubierta por los ingredientes secos. Sin dejar que la mantequilla pierda frío (podemos ayudarnos de un pastry blender o también podemos usar dos cuchillos en su lugar), trabajamos la mantequilla lo justo hasta integrarla en la harina, de forma que acabemos con una mezcla irregular, pero aún queden restos visibles de algunos trocitos de mantequilla.
- Incorporamos la mezcla de huevo y buttermilk y mezclamos hasta más o menos integrarlo todo. Hemos de procurar no mezclar en exceso o acabaríamos con unos scones densos y duros.
- Traspasamos la masa a una superficie de trabajo, ligeramente enharinada, añadimos los arándanos y los incorporamos con las manos, plegando la masa sobre sí misma repetidas veces lo justo hasta que queden uniformemente repartidos (la masa resultante será algo pegajosa). Hemos de trabajar con cierta presteza, procurando que la mezcla no se caliente en exceso, lo que dificultaría su manipulación. Si esto sucediera, no debemos añadir más harina, sino refrigerarla durante unos minutos antes de continuar (también es aconsejable tratar de mantener las manos siempre frías a lo largo de todo este proceso).
- Dividimos entonces la masa en 2 partes iguales y, con la palma de las manos, formamos un círculo con cada una de las partes de unos 17,5 cm (7") Ø y unos 2,5 (1") cm de grosor.
- Con un cuchillo grande y bien afilado, cortamos cada disco de masa en 6 porciones triangulares, como si fuera una pizza, y las colocamos en la bandeja del horno que teníamos preparada, dejando una mínima separación entre una y otra.
- Pincelamos la superficie de nuestros scones con un poco de buttermilk con ayuda de un pincel de repostería, introducimos la bandeja con nuestros scones en el horno a media altura y horneamos durante unos 20-22 minutos hasta que hayan subido por completo y hayan adquirido un ligero tono dorado en la superficie.
- Dejamos enfriar totalmente sobre una rejilla antes de aplicar el glaseado. Si no tenemos previsto glasear nuestros scones, podemos servirlos aún templados tras 20 minutos o a temperatura ambiente.
- Con ayuda de unas varillas, combinamos el azúcar glass junto con el zumo de naranja, que iremos añadiendo progresivamente cucharadita a cucharadita, hasta lograr la consistencia deseada, de forma que obtengamos una mezcla suave y homogénea (con una consistencia similar a la de la mahonesa). Si finalmente quedara demasiado líquido, añadiríamos más azúcar glass; si quedara demasiado denso, añadiríamos más zumo, en cualquier caso, siempre poco a poco.
- Aplicamos sobre nuestros scones y dejamos que se solidifique durante al menos una hora antes de servir.
No hay nada comparable a unos scones recién hechos, pero si por casualidad sobrara alguno, conservar bien envuelto en un recipiente hermético a temperatura ambiente y consumir en 2 días.
- Una vez fríos se pueden congelar. Para descongelarlos los podemos introducir directamente en el horno (eléctrico) a 160ºC durante unos minutos.
- También se pueden congelar crudos, justo antes de meterlos en el horno. Cuando vayamos a consumirlos, los hornearemos directamente, sin descongelar, alargando el tiempo de horneado 5 minutos o hasta que hayan crecido lo suficiente y estén dorados por encima.
- Día nacional del scone: 30 de mayo.