Si hace unos años me hubieran dicho que iba a poder disfrutar de un gofre cuando lo quisiera y como lo quisiera, sin tener que esperar a una ocasión especial o a descubrir alguna fórmula ancestral, guardada bajo siete llaves en el corazón de la montaña más recóndita y custodiada bajo la mortífera mirada de la criatura más aterradora que se haya conocido jamás, habría tomado al portador de semejante majadería por un loco o un charlatán o ambas cosas. Y no podría haber estado más equivocada; después de todo este tiempo, aquí me tenéis, acumulando muescas en la gofrera como si tal cosa. Para muestra, estos gofres de calabaza que, según se me ha antojado, he decidido acompañar con una indecorosa salsa de caramelo. Cerrojos, montañas y criaturas a mí…
Está claro que no siempre se tiene el tiempo disponible ni el ánimo dispuesto a ponerse una a preparar unos auténticos gofres belgas como mandan las escrituras, pero las alternativas, aunque quizás no tan ilustres, tampoco son nada desdeñables. Y pese a que suele hacer mella de una u otra forma, en esta ocasión el otoño se las ha arreglado para campar a sus anchas en cada aspecto de nuestras vidas, así que la calabaza ¡cómo no! se ha impuesto como estrella indiscutible del momento. Nada que objetar, ¿eh? Aunque parece ser que la salsa de caramelo también tenía algo que añadir. Pelusona…
Así pues, una vez aceptado y felizmente acomodado este inexorable destino mío, tengo el placer de presentaros la que es, en estos momentos, una de las recetas más aplaudidas por estos lares. Gracias a la incorporación de la calabaza por un lado y a la incorporación de las claras montadas a punto de nieve por otro, la textura de estos gofres alcanza ese equilibrio, en mi opinión idóneo, entre jugosidad y esponjosidad. Por no mencionar su sabor, suave pero repleto de matices acentuados por las especias; sencillamente un lujo. Así que espero que, de algún modo, lleguéis a disfrutar de estos gofres de calabaza un poquito también 🙂
- Ver receta aquí.
- 200 g (1 ½ cups) de harina de trigo floja
- 1 ½ cucharaditas de levadura química (tipo Royal)
- ½ de bicarbonato sódico
- ½ cucharadita de canela de Ceilán molida
- ½ cucharadita de jengibre molido
- ¼ cucharadita de Pimienta de Jamaica (allspice)
- ⅛ cucharadita de nuez moscada
- ⅛ cucharadita de clavo molido
- ½ cucharadita de sal
- 2 huevos (L)
- 45 g (3 cucharadas) de azúcar superfino (caster sugar)
- ⅛ cucharadita de cremor tártaro
- 240 ml (1 cup) de buttermilk
- 1 cucharadita de extracto puro de vainilla
- 125 g (½ cup) de puré de calabaza
- Mantequilla sin sal, para engrasar
- Ver receta aquí.
- En un cuenco grande colocamos la harina, 1 cucharada (15 g) del azúcar superfino, la levadura química, el bicarbonato sódico, las especias y la sal y mezclamos bien con unas varillas hasta combinar por completo. Reservamos.
- Separamos ahora las yemas de las claras (reservamos las yemas) y empezamos a montar las claras con las varillas eléctricas a velocidad media. En cuanto empiecen a espumar añadimos el cremor tártaro, aumentamos la velocidad de las varillas y seguimos montando hasta que adquieran una consistencia un poco más firme, aunque aún algo suaves. Incorporamos entonces las 2 cucharadas (30 g aprox.) restantes del azúcar superfino de forma gradual y sin dejar de batir. Cuando hayamos añadido todo el azúcar, aumentamos a velocidad alta y seguimos montando las claras hasta conseguir una consistencia definitivamente más firme, pero sin que lleguen a resecarse. Reservamos.
- En otro cuenco grande aparte, mezclamos las yemas, el buttermilk, el extracto de vainilla y el puré de calabaza con las varillas hasta conseguir una textura cremosa y uniforme.
- A continuación, agregamos la mezcla anterior de ingredientes húmedos (punto 3) a la mezcla de ingredientes secos que teníamos reservada (punto 1) y, con ayuda de una espátula de silicona, mezclamos sólo lo justo hasta que quede todo más o menos integrado, pero sin llegar a mezclar en exceso (si quedara algún pequeño grumo sin disolver, no deberíamos caer en la tentación de seguir y seguir hasta conseguir una masa totalmente homogénea).
- Finalmente, incorporamos las claras montadas con ayuda de la espátula con mucha suavidad y siempre empleando movimientos envolventes para evitar arruinar el volumen conseguido.
- Una vez lista nuestra mezcla, precalentamos nuestra gofrera según las indicaciones del fabricante y engrasamos a conciencia el interior con una pizca de mantequilla y la ayuda de un pincel de repostería (paso que volveremos repetir después de cada tanda).
- Cuando esté bien caliente, dejamos caer unos 80 ml aprox. ( ⅓ cup ) de masa en cada cavidad, cerramos y dejamos que se doren ligeramente (o según preferencia personal) por ambas caras. Entre tanda y tanda mantendremos la mezcla refrigerada.
- Conforme vayamos retirando los gofres ya hechos de la gofrera, los iremos depositando sobre una rejilla hasta terminar con toda la mezcla. Recién hechos y en caliente, los gofres pueden resultar aún poco frágiles, así que los sacaremos de la gofrera con sumo cuidado con la ayuda de una espátula plana.
- Servimos nuestros gofres aún calientes con una generosa ración de salsa de caramelo.
En el hipotético e improbable caso de que sobraran algunos gofres, los conservaremos a temperatura ambiente bien cubiertos y resguardados del aire 2-3 días. Para devolverles la frescura perdida, podemos simplemente colocarlos sobre la plancha precalentada o la tostadora.
- Los gofres se pueden congelar sin problema. Envuélvelos individualmente en film transparente y papel de aluminio. Para descongelarlos, colócalos directamente sobre la tostadora o en el horno.
- Días del gofre: 25 de marzo (Suecia) y 24 de agosto (EEUU)