Pese a lo que pudiéramos pensar por estos lares algunas décadas atrás, dudo que hoy por hoy quede algún alma viviente (o no) que no se haya apercibido de la llegada de Halloween. Pero no, la entrada de hoy, este tradicional barmbrack, no incluye calabazas siniestras ni brujas burlonas ni (tela)arañas fantasmagóricas ni dulces ensangrentados ni nada por el estilo. Pues Halloween o «All Hallow’s Eve» (literalmente «víspera de Todos los Santos» en inglés antiguo), tal y como lo conocemos hoy, tiene en realidad un origen celta. Los antiguos pueblos celtas de Irlanda, Gales, Escocia y norte de Francia celebraban el Samhain («fin del verano» en gaélico), la festividad celta más importante del periodo pagano en Europa hasta su conversión al cristianismo. Tenía lugar entre finales de octubre y principios de noviembre, época del año que marcaba el final de la temporada de las cosechas y el comienzo del invierno, considerada entonces como el Año Nuevo celta.
Según cuenta la historia (o la leyenda), los druidas (sacerdotes o chamanes celtas) creían que en la noche del 31 de octubre los límites entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos se difuminaban hasta el punto de que los espíritus de estos últimos podían cruzar desde el otro lado para llevarse consigo a los primeros (¡qué miedito! ¿no?). En la noche de Samhain se preparaban enormes fogatas y se hacían conjuros con el fin de ahuyentar a los malos espíritus, la gente preparaba dulces y comida que dejaba junto a la puerta de sus casas confiando así que los espíritus se contentarían y se irían, dejándolos en paz. Con la colonización de Úlster a principios del siglo XVII, los escoceses llevaron consigo su propia celebración de la festividad de «All Hallow’s Eve«, que tenía lugar la misma noche que el Samhain, y así ambas acabaron fusionándose, convirtiéndose en una misma tradición.
En Irlanda en concreto, uno de esos dulces elaborados tradicionalmente para Halloween era el barmbrack (también «barm brack» o «bairín breac» en irlandés; literalmente «pan moteado»), este pan dulce ligeramente especiado y salpicado de pasas y fruta confitada que os traigo hoy. Según manda la tradición, cada miembro de la familia recibiría una rebanada de barmbrack, en la que podían encontrar diversos objetos introducidos previamente en la masa: un penique auguraba riquezas al que lo encontraba, el anillo presagiaba boda antes de un año, el dedal o el guisante, por el contrario, que no habría boda, el palo que el matrimonio no sería feliz y un pequeño trozo de tela anunciaba pobreza. En las versiones actuales, como mucho, sólo suele incluirse un anillo. Igualmente, hoy por hoy podemos encontrar varias modalidades; los elaborados con levadura de panadero se siguen llamando «barmbracks«, sin embargo, si por el contrario se emplean polvos de hornear (levadura química) y la fruta se macera previamente en té, en ocasiones también se les conoce como «tea bracks«.
Así las cosas, ¿a qué viene tanta francachela halloweeniana? Pues a que la cosa no quedó ahí. A mediados del siglo XVIII, a causa de la Gran Hambruna que azotó Irlanda, más de dos millones de irlandeses emigraron, muchos de ellos a Norte América. Con ellos, lo hicieron su cultura, su folclore, sus tradiciones y su Halloween, que en un primer momento sufrió una fuerte represión por parte de las autoridades de Nueva Inglaterra, de arraigada tradición luterana. Sin embargo, a finales del siglo XIX, con la nueva oleada de inmigrantes irlandeses a Estados Unidos, aquella festividad de Halloween comenzó a mezclarse con otras creencias, como las propias de los nativos americanos y las que aún sobrevivían de la secuela colonial. Y así, el Halloween que conocemos en la actualidad comenzó a tomar forma y a incluir entre sus tradiciones relatos de historias de fantasmas, innumerables travesuras y bromas, confección de disfraces, tallado de calabazas, etc. hasta el punto de que con el tiempo ha acabado por desentenderse prácticamente de toda reminiscencia cristiana.
¿Y tú, qué planes tienes para Halloween? Yo creo que voy a hornear otro barmbrack (pero nada de dejarlo en la puerta; ¡qué osadía la mía! 😉 ), que tostadito con mantequilla va que vuela…
Fuentes: Irish Central, The Telegraph, et al.
- 300 ml (1 ¼ cups) de té negro, bien caliente*
- 30 ml (2 cucharadas) de whiskey (preferiblemente irlandés, por razones obvias, y totalmente opcional)*
- 250 g (1 y ⅔ cups) de pasas variadas (sultanas, moscatel, Corinto, etc.)
- 50 g (¼ cup) de cáscara de naranja confitada, troceada
- 240 (1 cup) de leche, caliente
- 75 g (1/3 cup) de mantequilla sin sal (+ mantequilla extra para engrasar y pincelar)
- 7 g (2 ¼ cucharaditas) de levadura seca de panadería
- 75 g (1/3 cup) de azúcar superfino (caster sugar) (+ 1 cucharada extra para el pincelado final)
- 1 huevo (L), ligeramente batido
- 425 - 450 g (3 ¼ - 3 ½ cups aprox.) de harina de fuerza (+ harina extra para amasar)
- ½ cucharadita de canela de Ceilán molida
- ½ cucharadita de nuez moscada molida
- ¼ cucharadita de sal
- 45 ml (3 cucharadas) de agua para el pincelado final
- Sumergimos las pasas en el té caliente (y el whiskey, si lo vamos a incluir) y dejamos que se hidraten preferiblemente durante toda la noche (mínimo un par de horas). Pasado este tiempo, las escurrimos y las secamos con papel de cocina (no descartamos el líquido de momento)*.
- En cuanto las pasas estén bien maceradas, colocamos la leche caliente en un cuenco mediano y añadimos la mantequilla. Dejamos reposar hasta que esta última se funda y la mezcla se temple hasta que quede tibia al tacto (para mayor precisión, unos 35 - 40ºC / 95 - 100ºF en un termómetro de cocina).
- En otro cuenco mediano aparte, con la ayuda de unas varillas combinamos con suavidad la levadura junto con 1 cucharada (unos 12 g) del azúcar, la mitad de la mezcla de leche y mantequilla, ya templada, y el huevo, ligeramente batido con anterioridad.
- Seguidamente, en un cuenco amplio tamizamos 425 g (3 ¼ cups) de la harina junto con la canela y la nuez moscada. Hacemos un hueco en el centro y vertemos la mezcla de ingredientes líquidos del punto anterior. Cubrimos el líquido con un poco de la harina de los laterales y dejamos que repose en un lugar cálido durante unos 20 minutos hasta que la levadura empiece a activarse y burbujear.
- Añadimos entonces la mezcla restante de leche y mantequilla y mezclamos suavemente con ayuda de una espátula de silicona o una cuchara de madera hasta que quede todo más o menos integrado, aunque nuestra masa aún está en una fase algo tosca.
- A continuación, transferimos la masa a una superficie de trabajo, ligeramente enharinada, la espolvoreamos con el azúcar restante y la sal y empezamos a amasar durante unos 5-8 minutos hasta obtener una masa bien cohesionada. Si viéramos que queda una masa excesivamente pegajosa, añadiríamos gradualmente más harina, siempre cucharada a cucharada (es posible que no necesitemos añadir los 25 g restantes), hasta que quede suave y más fácil de manejar.
- Seguidamente, extendemos y aplastamos la masa con las manos hasta formar un gran cuadrado o rectángulo y agregamos las pasas, ya escurridas, junto con la piel de naranja confitada, previamente troceada, doblamos la masa sobre sí misma para encerrar la fruta y seguimos amasando suavemente hasta que quede todo bien repartido por la masa de manera uniforme y ésta adquiera una textura más homogénea. Al principio puede que parezca que cada cosa va por su lado, pero poco a poco irán empezando a entenderse e integrarse todos los ingredientes.
- Damos entonces forma redondeada a la masa y la colocamos en un cuenco amplio limpio y ligeramente engrasado con una buena película de mantequilla ablandada, cubrimos con film transparente y dejamos levar en un lugar cálido y alejado de las corrientes de aire durante 1 ½ horas aprox. hasta que doble su volumen.
- Mientras tanto, engrasamos a conciencia con mantequilla el interior de un molde rectangular para loaves de unos 27 x 11 cm (10 x 4 inches)** y reservamos.
- Pasado el tiempo de levado, devolvemos la masa a la superficie de trabajo, de nuevo ligeramente enharinada, amasamos ligeramente durante 1 minuto más para desgasificar y le damos una forma ligeramente alargada, similar a la de nuestro molde.
- Colocamos entonces la masa en el molde engrasado y pincelamos la superficie con un poco más de mantequilla ablandada. Cubrimos con film transparente y dejamos levar otros 30-45 minutos aprox. hasta que vuelva a duplicar su volumen.
- Precalentamos el horno (eléctrico y sin aire) a 200ºC (400ºF) y colocamos la rejilla del horno en la posición central.
- Horneamos nuestro barmbrack durante unos 40 - 45 minutos hasta que adquiera un bonito tono dorado y suene a hueco al golpear la base del pan. Si viéramos que hacia el final del horneado la superficie se dorara en exceso, lo podemos cubrir con un poco de papel de aluminio sin ajustar.
- Para darle el toque final perfecto, mezclamos 1 cucharada (14 g) de azúcar superfino con 3 cucharadas (45 ml) de agua hirviendo y pincelamos nuestro barmbrack tan pronto como lo retiremos del horno (de esta forma, además, se conservará tierno por más tiempo).
- Dejamos reposar dentro del molde unos 5 minutos, desmoldamos y dejamos enfriar por completo sobre una rejilla enfriadora.
- Si queremos servirlo como mandan los cánones más "barmbrackianos", lo cortaremos a rebanadas y las untaremos con mantequilla.
Nada como un buen barmbrack recién hecho, pues con el paso de los días irá perdiendo su ternura (de hecho, esta vez no pude hacer las fotos hasta pasados un día y medio y ya se me había escapado parte de esa ternura inicial), pero se conserva unos 3-4 días días bien cubierto y resguardado del aire; tan sólo habrás de tostarlo y podrás seguir disfrutando de un bocado realmente increíble (¡del todo recomendable (incluso tierno)!.
- **También es habitual hornear el barmbrack en un molde redondo; con estas cantidades, uno de 23 cm (9 inches) de ø y unos 6,5 cm (2½ inches) de altura aprox. va perfecto!
- Confieso que dejé un puñadito de las pasas sin añadir (no sé por qué me daba que iban a ser muchas); no volverá a pasar...
Receta adaptada de Zack Gallagher’s Irish Food Guide