Cómo me gusta celebrar. ¿Lo habíais notado? Lo que sea, cualquier ocasión me vale; que es viernes, que sale el sol, que llueve, que he terminado un libro, que estrenan la peli que estaba esperando, que nos vamos de viaje (o que volvemos a casa), que quedo con esa amiga a la que veo de uvas a peras… Pero si encima es uno de esos acontecimientos del calendario, pues aún con mayor motivo. Con la primavera, llegan un buen número de cumples a la familia, así que en menos que canta un gallo ya estoy yo preparando mis moldes para layer cakes para tenerlos listos a la de ya. Y en esta ocasión, mi cumpleaños, le ha tocado el turno a una tarta de chocolate, pero no una tarta de chocolate cualquiera; una muy especial.
Pero antes de todo ese ritual, empiezo con qué será esta vez: con fruta, con chocolate, frutos secos, alguna hortaliza, un clásico, una novedad, recubierta con algún rico frosting, «al desnudo»… Me paso como un par de semanas ideando, otra comprando ingredientes y/o accesorios y un par de días o tres preparándola (que nadie se espante, que lo mío es tomarme las cosas con calma, en realidad no es para tanto). Porque aunque me encantan estos momentos señalados, con lo que disfruto es con los preparativos, la expectación, viendo cómo van tomando forma las cosas… Luego todo pasa muy deprisa y te quedas como ¿ya? Pero ahí queda, y no sólo en las fotos del momento, en ese día irrepetible que ya no volverá, y aquella increíble tarta de chocolate fue la del cumpleaños número tal o cual. Es algo único y por tanto inolvidable. Vaya, me ha salido la vena emotiva…
Hay quien se planta a una edad y ya no quiere saber nada más del tema, quien se pasa el día en modo cascarrabias y hasta quien ni se acuerda hasta que lo llaman y lo felicitan. También están los que empiezan con la cuenta atrás cuando se va acercando el momento y, llegado el día, lo pasan como en una nube. Yo estoy bien entre este último grupo, y no me pasa sólo con el mío; he de confesar que me encantan los cumpleaños: preparar las sorpresas, abrir los regalitos, las llamadas y mensajes, soplar las velas (sobre una buena tarta, claro)… Lo de los tirones de oreja no me entusiasma tanto, la verdad ¿quién inventaría semejante tortura?
En esta ocasión la que cumple es ésta que escribe (bueno, en realidad el pasado viernes). ¡Tenía unas ganas de prepararme esta tarta de chocolate con su buttercream de merengue suizo! ¡Y sus flores! Hace tiempo vi una así decorada toda con flores preciosas en Pinterest y fue un flechazo, amor a primera vista. Así que tenía que tener una así para mí (target locked!); menos mal que una sabe esperar y que no se achanta ante los desafíos, pues cuando hay verdadera ilusión por algo, no existe trabajo, por laborioso que sea, capaz de desviar ni un ápice el punto de mira. Y siempre recompensa.
El resto del montaje de esta asombrosa tarta de chocolate fue otro flechazo; la mítica «Tomboy Cake» del libro Miette: Recipes from San Francisco’s Most Charming Pastry Shop de Meg Ray. Sé que algún día volveré a esa sorprendente cuidad y visitaré esta pastelería. Más esperas y sus celebradas recompensas… Las recetas tanto de la tarta (probablemente la mejor tarta de chocolate que he probado nunca) como del frosting elegido (un sublime Italian Meringue Buttercream (IMB) aromatizado con agua de rosas), han sido el fruto de toda una concienzuda pero gratificante serie de pruebas y experimentos personales. En mi opinión, todos esos preparativos y devaneos han resultado en una tarta excepcional (aunque quede mal que sea yo quien lo diga): un bizcocho tierno e intenso, aunque suave y ligero al mismo tiempo, y una cobertura delicada en el paladar tanto al tacto como al gusto. Vamos, todo un lujo para los sentidos, porque además, las flores con las que acabé decorándola no podían ser más exquisitas y preciosas.
En fin, que esta tarta de chocolate, tan especial como inolvidable, quedará como parte de la crónica de un día a recordar durante (espero) mucho tiempo, lleno de emociones y momentos increíbles para saborear en la memoria una y otra vez. Un millón de gracias a todos por estar ahí y por todos los mensajes y comentarios recibidos llenos de cariño y buenos deseos.
- 345 g (2⅔ cups) de harina de trigo floja
- 400 g (2 cups) de azúcar blanco
- 95 g (1 cup) de cacao puro en polvo (sin azúcar)
- 2 ½ (9 g) cucharaditas de levadura química (tipo Royal)
- 1 ½ cucharaditas (7 g) de bicarbonato sódico
- 1 cucharadita de sal
- 360 ml (1 ½ cup) de buttermilk
- 180 ml (¾ cup) de aceite de oliva suave
- 3 huevos (L)
- 2 cucharaditas de extracto puro de vainilla
- 240 ml (1 cup) de agua muy caliente
- 200 g (1 cup) de azúcar blanco
- 60 ml (¼ cup) de agua
- 4 claras (135 g) de huevo pasteurizadas
- ⅛ cucharadita de cremor tártaro
- 340 g (1 ½ cups) de mantequilla sin sal
- 1 cucharadita de agua de rosas
- ¼ cucharadita de colorante en pasta rosa (yo he usado "Baby Pink" de Sugarflair)
- Precalentamos el horno (eléctrico) a 180ºC y colocamos la rejilla a media altura.
- Engrasamos bien (fondo y laterales) 3 moldes redondos para tartas de 20 cm (8") de Ø, preferiblemente, con base desmontable. Recortamos el papel de horno con la forma de la base de los moldes (usamos una base como plantilla; es más fácil y rápido si doblamos el papel en 3 y recortamos sólo una vez) y colocamos los 3 círculos en el fondo de cada molde. Engrasamos también sobre el papel. Reservamos.
- En el cuenco de nuestra amasadora, equipada con el accesorio de pala (o en un cuenco grande) tamizamos juntos la harina, el azúcar, el cacao, la levadura química, el bicarbonato sódico y la sal y mezclamos bien con ayuda de unas varillas hasta que quede todo perfectamente combinado.
- Poco a poco, vamos añadiendo los ingredientes húmedos (los huevos, el buttermilk, el aceite de oliva suave y el extracto de vainilla) y mezclamos a velocidad media durante un par de minutos.
- Seguidamente, reducimos la velocidad y agregamos el agua caliente progresivamente. Mezclamos hasta obtener una mezcla uniforme (quedará una mezcla bastante líquida; es normal).
- Dividimos la masa en 3 partes iguales y la repartimos entre los 3 moldes que teníamos preparados.
- Horneamos durante 30-35 minutos. Antes de sacar los bizcochos, comprobamos si están bien horneados insertando una brocheta o cake tester en el centro; si sale limpia ya está, si no, vamos comprobando cada par de minutos hasta que salga.
- Una vez horneados correctamente, los sacamos del horno y los dejamos enfriar en sus moldes sobre una rejilla durante 10 minutos.
- Finalmente, desmoldamos y dejamos enfriar por completo sobre una rejilla. ATENCIÓN: la miga de este bizcocho en caliente es muy quebradiza, así que hemos de manipularlos con todo el cuidado posible.
- Si tenemos tiempo, una vez fríos, envolvemos nuestros bizcochos en film transparente individualmente y los dejamos en el frigorífico durante toda la noche para que se asienten mejor la miga y los sabores.
- En el cuenco de nuestra amasadora, equipada con el accesorio de varillas (o en un cuenco amplio con ayuda de unas varillas eléctricas), colocamos las claras de huevo y batimos a velocidad media durante unos 5 minutos o lo justo hasta que se vuelvan blancas y espumen.
- A continuación, añadimos el cremor tártaro y seguimos batiendo aumentando la velocidad a media-alta durante unos 10 minutos más o hasta que se formen picos firmes, pero sin que lleguen a resecarse.
- Mientras tanto, en un cazo pequeño, ponemos el azúcar y el agua y llevamos a ebullición a fuego medio durante unos 5-7 minutos hasta que el almíbar llegue a los 115ºC (240ºF) o haya alcanzado el punto conocido como "bolita blanda" (si dejamos caer un poco de almíbar dentro de un vaso con agua, se formará una bolita; si la colocamos entre los dedos estará blandita y podremos darle la forma que queramos). Si vemos que coge color, hemos de reducir la temperatura.
- Una vez conseguida la textura correcta tanto de una cosa como de la otra y sin dejar de batir a velocidad media-alta, dejamos caer el almíbar caliente poco a poco sobre las claras montadas en un hilillo constante y continuamos hasta conseguir una textura densa y brillante y el cuenco ya no esté caliente al tacto.
- Es el momento de añadir la mantequilla, cortada en pequeños dados y poco a poco. Es posible que más o menos llegados a la mitad, la mezcla se parezca más a una sopa o a un montón de nata cortada, pero ni caso; seguimos batiendo y añadiendo mantequilla hasta el final. De repente, todo se confabulará para llegar, como por arte de magia, a esa textura sublime por la que tanto se distingue este tipo de frosting. Detenemos nuestra amasadora y, con ayuda de la espátula de silicona, despegamos los restos de las paredes y fondo del cuenco.
- Finalmente, agregamos el agua de rosas y el colorante (es recomendable añadirlo poco a poco con ayuda de un palillo o similar y no todo de golpe; siempre podremos añadir si queda demasiado claro, pero no aclarar si ha quedado un color muy intenso). Reducimos la velocidad a la mitad y mezclamos hasta combinar por completo y obtener un color uniforme.
- Con un cuchillo de sierra largo o con una lira recortaremos la superficie superior de los bizcochos lo justo hasta igualar y nivelarlos.
- En este tipo de decoración, es imprescindible comprobar en todo momento que nuestros bizcochos queden libres de migas sueltas, así que empezaremos por eliminar cualquier posible miga con ayuda de un pincel de repostería y repetiremos siempre que sea necesario. Esto va a requerir trabajar sobre una superficie lo más amplia posible y perfectamente organizada, además de una importante dosis de paciencia y otra de esmero. Así que nada que prisas.
- Seguidamente, colocamos el primer bizcocho en la base sobre una cucharada de frosting; así nos aseguraremos de que la tarta no se nos mueve mientras trabajamos. Aplicamos una buena cantidad de frosting sobre la superficie y extendemos con una espátula pequeña con sumo cuidado de no mancharlo con ninguna miga perdida hasta casi el borde (dejaremos 1 cm de margen sin frosting). Con la manga pastelera y una boquilla decorativa de nuestra elección colocada en ángulo recto y a 1 cm de la superficie, rellenamos el margen alrededor del bizcocho hasta completar su circunferencia.
- Colocamos el segundo bizcocho sobre el anterior y lo centramos bien. Este paso requiere igualmente mucha atención, pues hemos de procurar no estropear el borde decorado recién aplicado con la manga pastelera. Repetimos la misma operación que antes aplicando una nueva capa de frosting sobre la superficie del segundo bizcocho y un nuevo borde con la manga pastelera. Terminamos colocando el tercer y último bizcocho de la misma manera que los dos primeros. Repito: mucha atención a las migas; sería una pena que estropeara todo el trabajo realizado hasta aquí.
- A la hora de aplicar la última capa de frosting, empezaremos utilizando únicamente la manga pastelera. Cubrimos toda la superficie siguiendo las mismas indicaciones que con el relleno: la manga colocada perfectamente en ángulo recto y a 1 cm de la superficie de nuestra tarta. Comenzaremos en el centro e iremos girando en espiral hasta llegar a cubrir toda la parte superior por completo.
- Finalmente alisamos con una espátula pequeña la parte central de la capa superior de frosting, también en espiral, dejando el borde intacto según el diseño de la boquilla elegida.
- Decoramos nuestra tarta dándole el toque final que más nos guste.
Se conserva refrigerada y bien cubierta durante 2-3 días. Antes de consumir, dejar unos 30 minutos a temperatura ambiente fuera del frigorífico (más si el ambiente no es muy cálido).
- Has de saber que puedes sustituir el agua caliente de la masa del bizcocho de chocolate por café caliente (expreso o incluso descafeinado), pero preferiblemente recién hecho. El café potencia el sabor de chocolate.
- Por si quedara alguna duda, las flores de las fotos son naturales, no comestibles.
- Para aplicar el frosting, he usado la boquilla 1G de Wilton.
- Día nacional (EEUU) de la chocolate cake: 27 de enero.
Receta de la tarta de chocolate adaptada de Hershey’s