Uno de los últimos y más reveladores descubrimientos en cuanto a recetas se refiere, fue darme cuenta de que el placer de saborear un buen gofre no tenía por qué acabar después de probar la clásica y venerada versión por todos conocida: los tradicionales gofres belgas.
Como suele ser habitual, en breve el blog se tomará un respiro veraniego —aunque aún queda alguna receta que otra en la recámara antes de que eso llegue a suceder.
A partir de hoy no importan los años que llevaba sin saber, ni tan siquiera sospechar, de la existencia de la brown butter (beurre noisette, mantequilla avellana o mantequilla tostada, como yo la llamo).
Pocas cosas me hacen perder el norte como el pronóstico de una tanda de ricos scones recién horneados. Pues tal y como os comentaba —o más bien, os advertía— algunos posts atrás, el tema de los scones requería un espacio dedicado a ellos en exclusiva.
Hoy amanecemos con los suministros de energía a tope. Os traigo unas increíbles galletas de avena con chocolate blanco y pistachos que difícilmente podrán ser olvidadas.
Cuando te pasas el día (exageración) leyendo recetas en inglés, e investigando acerca de sus ingredientes, origen, etc., te das cuenta de que, además de la complicación que algunas veces supone su puesta en práctica (sólo algunas veces), existe también todo un entramado de términos que no siempre son lo que parecen de buenas a primeras.
No sé si habréis notado que últimamente estoy en modo brunch ON total; primero fueron los English muffins, una cosa llevó a la otra y del Reino Unido fui a parar a EEUU —a Nueva York, más concretamente—, con sus ya célebres «huevos Benedictine», para los cuales dichos panecillos ingleses son imprescindibles.