Uno de los últimos y más reveladores descubrimientos en cuanto a recetas se refiere, fue darme cuenta de que el placer de saborear un buen gofre no tenía por qué acabar después de probar la clásica y venerada versión por todos conocida: los tradicionales gofres belgas.
Soy consciente de que últimamente, el pan, de una forma u otra, no deja de protagonizar las nuevas publicaciones del blog.
La cosa vuelve a girar en torno al pan, uno muy especial también —esta vez dejamos Irlanda y nos damos una vuelta por Francia.
Como suele ser habitual, en breve el blog se tomará un respiro veraniego —aunque aún queda alguna receta que otra en la recámara antes de que eso llegue a suceder.
Pocas cosas me hacen perder el norte como el pronóstico de una tanda de ricos scones recién horneados. Pues tal y como os comentaba —o más bien, os advertía— algunos posts atrás, el tema de los scones requería un espacio dedicado a ellos en exclusiva.
Siempre me ha parecido que hay algo inherentemente fascinante en todo lo relacionado con la puesta en escena del famoso ritual del té británico.
No sé de nadie hasta la fecha que no sea capaz de disfrutar de una buena ración de tortitas cubiertas de una no menos generosa dosis de sirope, deslizándose indecorosamente por los costados.