A veces me siento del todo aventurera, como el año pasado por estas fechas, cuando me lancé a hacer mi primer panettone y decidí que sería de chocolate antes de haber siquiera probado a hacer la versión clásica primero. Sinceramente, eso sólo se puede explicar en el único supuesto de que, contra todo pronóstico, realmente haya un universo paralelo en el que exista una yo alternativa a la que no le importe no empezar por el principio. Y aunque en su día no se llegaran a abrir los cielos encolerizados ante tamaño desatino, desde aquel preciso momento (y no más tarde de las siguientes navidades), enderezar el despropósito y preparar un panettone tradicional como es debido se convirtió en un deber del todo ineludible en pro del buen funcionamiento del blog (y de mi paz mental).
Pues bien, además de la versión clásica de tan rico bollo navideño que los milaneses tan a bien han tenido exportar para el deleite de todos, esta vez, en lugar de utilizar moldes desechables, de los especiales para panettone, he utilizado un molde metálico, rígido, diseñado igualmente con este fin. Ambos tienen sus ventajas e inconvenientes, pero desde luego ya sé que en cuanto me vuelva a entrar el frenesí panettoniano (advierto que no me comprometo a atenerme a la demasía de estas fechas; ¡pobre panettone mío, siempre tan coaccionado!), mi molde siempre estará ahí, cubriéndome las espaldas.
La verdad es que, como con tantas otras cosas en la vida, una vez superada la flojera inicial y ya puestos, lo mismo da hacer uno que dos que los que se tercien. Porque el proceso, aunque lento y algo elaborado (bastante menos si contamos con la inestimable ayuda de nuestra amiga la amasadora), es una gozada en sí mimo; la extraordinaria evolución de la masa, el tacto sublime de su sugerente suavidad, esos aromas entrañables, la promesa latente de su preciada recompensa… ¡Y cómo no! El broche de oro: disfrutarlo despacito, pellizquito a pezquito (o puede que pellizcazo), o tumbarlo de una sentada (aún mejor si nos agenciamos un cómplice para la fechoría) con un buen chocolate caliente. Y como hemos hecho de más (por si nos pilla el apocalipsis zombie, la nevada del siglo o vete tú a saber qué) ¿por qué no hacemos feliz a ese alguien especial y le regalamos una buena dosis de alegría?


Como estoy segura de que, si aún no se ha dado el caso, de este año no pasa que por fin disfrutemos de nuestro propio panettone tradicional casero, no perdáis ni un segundo más y empapaos bien de la receta, que encontráis a un simple click pinchando aquí; mi colaboración más reciente para el blog de Claudia & Julia.
Así que parece que queda inaugurada la temporada… Sea como sea, espero seguir compartiendo con vosotros una eternidad de momentos tan especiales (y si es con un trozo de estos en la mano, mejor que mejor 😉 ).
Notas:
Los utensilios y productos empleados para la elaboración de esta receta los encontráis en la tienda online Claudia & Julia (haz click sobre ellos para descubrirlos):
– Molde alto desmontable Pastisse
– Amasadora KitchenAid
– Extracto puro de vainilla Nomu
– Cuchara para harina de madera de olivo Bérard
– Rejilla enfriadora Birkmann
– Tabla de madera de acacia T&G
– Cuchillo de acero carbono con mango de boj Pallarès