Es el tema del momento. No se habla de otra cosa. El verano toca a su fin. Cuesta hacerse a la idea con el calor que sigue haciendo por algunas latitudes, así que el espíritu lúdico-festivo parece resistirse a despedirse del todo. En el tintero queda tanto que nos habría gustado hacer durante este periodo de rutinas entre paréntesis… Es el momento de recapitular, de rescatar esos momentos especiales; reuniones con amigos, comidas, viajes, celebraciones… El verano, entre otras cosas, es la época dorada de las barbacoas. Las hamburguesas en sí —la carne o sucedáneo—, son el ingrediente estrella indiscutible en toda barbacoa o sesión hamburguesera que se precie. Pero ¿qué hay del pan de hamburguesa? Con frecuencia suele quedar relegado a un segundo o incluso tercer plano, aunque en mi opinión, es casi tan importante como aquélla y ha de estar a la altura si queremos disfrutar de una hamburguesa como es debido. Si se desmorona y se quiebra entre nuestras manos, o es demasiado tierno y no aguanta el envite, u opone demasiada resistencia y acaba por espachurrar todo el contenido, puede arruinar hasta la hamburguesa más perfecta. Y lo cierto es que no es fácil dar con la fórmula idónea.
Y aun así, creo que, después de probar muchas y muy variadas versiones a lo largo de mi vida, tanto compradas como caseras, he dado con el equilibrio perfecto. Este pan de hamburguesa queda sabroso y tierno y conserva todas sus propiedades incluso después de enfrentarse a los jugos, salsas y demás.
He de confesar que disfruto como nunca cada vez que me zampo una buena hamburguesa hasta tal punto que, cuando viajamos a EEUU una de las tareas indiscutibles en nuestra «to-do list» es recorrer los más insignes (y a veces no tanto) establecimientos del ramo para probar las mejores del lugar según público y crítica. Pero la verdad es que hace ya algún tiempo que cada vez me cuesta más comer una de esas supuestas hamburguesas que tan ávidamente se sirven en las archipopulares cadenas de comida rápida dedicadas a tan irresistible bocado. No quiero decir con esto que no caiga de vez en cuando si la ocasión así lo requiere. Pero sí que ha desaparecido de la lista de opciones cuando nos pilla la hora H (¡de HAMBRE!) fuera de casa o no tenemos ganas de cocinar. Ya sé que no siempre es posible dedicar el tiempo necesario ni se tienen la energías suficientes para preparar en casa lo que tan fácilmente podemos comprar en el supermercado, pero la diferencia es más que notable y merece la pena toda dedicación y esfuerzo.
¿Y tú, qué es lo que te resistes a comprar ya hecho pese a lo práctico que pueda resultar?
- 120 ml (½ cup) de agua
- 120 ml (½ cup) de leche
- 20 g de levadura fresca de panadería
- 150 g (1¼ cup aprox.) de harina de fuerza
- 350 g (2¾ cups aprox.) de harina de trigo floja
- 1 cucharadita de sal
- 75 g (1/3 cup) de mantequilla sin sal
- 1 cucharada de miel
- 1 huevo (L)
- Semillas de sésamo (opcional)
- Empezamos por templar juntas el agua y la leche; sólo una breve sensación de calidez al tacto (unos 35ºC / 95°F aprox.).
- Desmenuzamos la levadura, la desleímos en el líquido y dejamos reposar unos minutos hasta que quede a temperatura ambiente.
- Mientras tanto, combinamos ambas harinas y la sal y las vamos aireando en el cuenco de nuestra amasadora equipada con el accesorio de gancho (o en un cuenco grande) removiendo suavemente hasta que quede todo perfectamente combinado.
- A continuación añadimos la mantequilla, cortada a dados pequeños, la miel y el huevo y mezclamos hasta integrar ligeramente.
- Seguidamente, añadimos la mezcla de leche, agua y levadura y amasamos a velocidad baja durante unos 8 minutos aprox. La masa, tras los primeros minutos, se despegará sin problemas de las paredes del cuenco o superficie de trabajo. Si siguiera quedando algo pegajosa, podemos espolvorear algo de harina, sólo unos gramos, para facilitar este paso, pero sin excedernos o nuestros panecillos perderán su ternura y esponjosidad.
- En caso de haber utilizado amasadora, pasado este tiempo extraeremos la masa del cuenco y la amasaremos durante un par de minutos a mano sobre una superficie limpia. No es necesario emplear ninguna técnica extremadamente profesional, bastará con ir plegando la masa sobre sí misma y estirarla ligeramente unas cuantas veces.
- A continuación, damos forma de bola a la masa y la colocamos en un cuenco amplio y limpio (podemos volver usar el anterior), cubrimos con un paño de cocina de algodón y dejamos levar en un lugar cálido y alejado de las corrientes de aire durante 1 - 1½ horas hasta que doble su volumen.
- Mientras tanto, podemos ir preparando la bandeja del horno recubriéndola con papel vegetal de hornear. Reservamos.
- Pasado este tiempo, colocamos la masa sobre la superficie de trabajo y desgasificamos para extraer el aire que la masa haya podido atrapar en su interior presionando con los nudillos unas 4 ó 5 veces.
- A continuación, dividimos la masa en 8 partes iguales (a mí me salen de unos 110 g; es muy útil emplear una báscula de cocina) utilizando siempre una rasqueta de panadero o un cuchillo largo y bien afilado, nunca con las manos.
- Damos forma de bola a cada una de las porciones y las colocamos sobre la bandeja de horno previamente recubierta con papel de hornear dejando una separación entre una y otra de unos 10 cm / 4").
- Cubrimos con un paño de cocina, preferiblemente de algodón (podemos utilizar el mismo que en el levado anterior) y dejamos levar durante unos 40 minutos en las mismas condiciones que anteriormente (ver punto 7).
- Minutos antes de que finalice el segundo y último levado, precalentamos horno (eléctrico) a 200ºC.
- Una vez levados nuestros panecillos, podemos proceder a decorarlos con unas semillas de sésamo, para lo que necesitaremos pincelarlos previamente con un poco de agua y la ayuda de un pincel de repostería. Hemos de prestar especial atención a este paso y trabajar con sumo cuidado de no pinchar la masa para que no se deshinche y baje todo el trabajo de levado.
- Horneamos 5 minutos y reducimos la temperatura del horno (eléctrico) a 190ºC. Horneamos 12-15 minutos más hasta que hayan adquirido un bonito tono dorado.
- Retiramos del horno y transferimos a una rejilla de inmediato, donde los dejaremos enfriar por completo antes de cortarlos y consumirlos.
Se mantienen frescos y tiernos especialmente el mismo día. Para preservar esa ternura lo máximo posible, hemos de conservarlos bien cubiertos con un paño algodón y resguardados del aire.
- Puedes sustituir la miel por azúcar, pero has de saber que la primera contribuye a que nuestros panecillos se mantengan tiernos durante más tiempo.
- Si eres más de perritos calientes, darles forma alargada y listo!
- Estos panecillos se congelan perfectamente, así que puedes hacer de más y tener a mano cuando los necesites ¿no es súper práctico? Eso sí, han de estar totalmente fríos y envueltos individualmente primero en film transparente y después en papel de aluminio para protegerlos del frío.
- Para descongelarlos o bien los pasamos al frigorífico durante toda la noche o los dejamos sobre la encimera durante unas 3 horas o hasta que alcancen la temperatura ambiente. En cualquier caso, no los destaparemos durante el proceso de descongelación. Si quieres recuperar esa textura crujiente, envuélvelos en papel vegetal de hornear y en papel de aluminio e introdúcelos en el horno (eléctrico) a 200ºC durante 3-4 minutos.