Serán las vacaciones, la primavera o una tendencia natural, pero últimamente hay algo que me apetece por encima de todo lo demás y es cocinar y disfrutar del desayuno hasta bien entrado el día (es decir, durante toda la mañana).
A veces no es necesario conformarse. No. Otras sí. La buena noticia es que ésta no es una de esas últimas... En esta ocasión, nos quedamos con todo el lote. No es de extrañar que a menudo nos veamos en la tesitura de tener que elegir entre dos de nuestras más inconfesables debilidades, y claro, nos invade la duda, o incluso el arrepentimiento...
Que un siempre entrañable y codiciado apple pie es todo alborozo tan pronto como aparece en escena, es difícil discutirlo. Su sola presencia ya trae consigo un sinfín de sensaciones y augurios que a mí, personalmente, me condicionan al instante a aguardar lo que esté por venir con la mejor de las predisposiciones...
Sabía que esto iba a pasar. Lo intuía. Es llegar el fresquito y empezar a preparar recetas con chocolate, todo uno.
A partir de hoy no importan los años que llevaba sin saber, ni tan siquiera sospechar, de la existencia de la brown butter (beurre noisette, mantequilla avellana o mantequilla tostada, como yo la llamo).
Pocas cosas me hacen perder el norte como el pronóstico de una tanda de ricos scones recién horneados. Pues tal y como os comentaba —o más bien, os advertía— algunos posts atrás, el tema de los scones requería un espacio dedicado a ellos en exclusiva.
Tras un buen repertorio de esas entrañables delicias de la repostería más tradicional anglo-americana —como han sido los scones, biscuits, crumbles, pies y un largo etcétera—, he pensado que ya iba siendo hora de que un buen cobbler hiciera acto de presencia por el blog.